Facebook Pixel

La voz de su amo: perros sueltos, dueños sancionados

La convivencia ciudadana en Barcelona resulta a veces compleja y de dicotómicos intereses personales, más que de gregarios comportamientos que contenten a todos. Los que tienen perro o can que  darle paseo y garbeo por las calles de Barcelona, chocan con aquellos que creen que toda prevención es poca, y piensan, que se debe de actuar de oficio de sanción  para aquellos propietarios que sean incívicos y de egoísmos narcisistas,  responsabilizándose de su animal de compañía, debiéndolo llevar en todo momento bien atado y a correa tensada.

La propuesta de multar a los propietarios incívicos de perros ha encendido el debate y alimenta el conflicto. El perro atado y bien atado, bozal adosado al morro a la raza que proceda y con correa que rodee su cuello para que no se libere a su libre deseo y voluntad. Algunos protestan también de las “caquitas” sobrantes que no plantan pinos, sino que ensucian como un séptico arrabal las aceras de Barcelona.

El perro es animal noble que mueve la cola cuando está contento. Cada cual denota la felicidad como mejor puede y le dejan. Hay perros que se consideran peligrosos y los que se consideran mansos y de dócil  naturalidad. Hay perros que miran con simpatía y hay perros que su mirar es de retadora embestida. También hay ciudadanos que no se sienten cómodos con los perros deambulando a su alrededor. Hay gente que  les teme,  y se pueden sentir atacados e intimidados por su miedo insuperable cuando se les acercan a modo de gracia o ladrido animoso.

-      ¡Tranquilo, qué no hace nada!

-      ¡Hostia de perro!

Los hay que dicen –valga la exageración-  que también molestan los niños sueltos y maleducados que van meando por los árboles ante la atenta mirada de sus orgullosos padres. Y los hay cansados de las bicicletas que circulan por la estrecha acera también. Y que serían capaces de atar a ciertos ciclistas por ser más incívicos que los perros. Y no digamos el ciclista que pedalea con el perro al lado, juntos haciendo camino cómo peregrinos.

Y con todo esto, el perro, como mejor amigo del hombre, ahora se ve al pobre animal culpable de lo que él, no puede controlar, por ser bestia de irracional pensamiento, pasando de mascota entretenida a potencial problema ciudadano. El perro es animal que desea correr y trotar a su libre condición, porque corriendo sus ansias espanta. Y lo contrario, sería ir un poco contra natura y privar al animal de su normal y justa apetencia de corretear libremente. Y como dice el refrán: La mayoría de los perros, saben lo que son, no piensan que son humanos.

Hay amos que son responsables y de cívica conciencia -sin duda la mayoría- que saben que el animal actuará como ellos lo eduquen. No lo maltratan: le enseñarán. Porque los perros suelen ser honestos y agradecidos de que se les instruya, mostrándose motivados y cooperadores para una convivencia más o menos sociable y tolerable en la exigente y puntillosa ciudad. Y del perro que en farola se arrima a orinar, dependerá de su dueño que obedece a su propia educación.

En la ciudad urbana y cosmopolita, de egoísmos y voraces egocentrismos contemporáneos, cada cual busca su espacio a su propio interés y disposición. E igual, las metrópolis no están preparadas para los perros que van sueltos y a su aire. Y  como siempre, el sentido común tiene que ser reforzado con la norma sancionadora, que obliga y que presiona, dando gravamen en forma de multa para pedir cuentas y dar toque de atención. Aunque algunos, probablemente vean todo esto como una nueva maniobra de recaudación al amo, que no al perro.  ¡A veces puede parecer que somos como tribus incivilizadas! Porque hay tribus indígenas que tienen claro que el animal debe de vivir en su hábitat libre y descontaminado en las afueras de su poblado. La ciudad, que presume de ser la catedral de la comunicación, pone en entredicho nuestras actitudes y nuestras creencias impersonales,  dando freno al entendimiento y al respeto hacia los demás sin tener que invadir su justo espacio. El convivir ciudadano no es tan obvio como pensamos.

A mi señora madre, un perro descontrolado la atacó en un parque infantil, perdió el equilibrio, cayó al duro suelo y se rompió la muñeca. Fiera y amo se dieron a la fuga sin dejar rastro ni referencias. Se conoce, que el amo y propietario capitaneaba tal cobarde acción. El incivismo es diagnóstico de insolidaridad y falta de empatía, y es entonces cuando entra el reglamento a golpe de recto proceder. Muchos son los que van a la suya y no se ajustan a una convivencia plural y de elemental civismo. Porque esta sociedad ya no va a fuego lento, sino a deshidratado microondas recalentado y un punto seco.

Igual algún día los perros aprenden a hablar entre ellos, como  Cipión y Berganza, protagonistas de la novela: “El coloquio de los perros”; de Miguel de Cervantes, cuando comprobaron que habían adquirido la facultad de hablar durante las noches, y donde hacían burla picaresca de  sus experiencias con distintos amos. Si un día los perros hablaran igual tendrían algo interesantísimo que contar. Y nosotros, mucho que escuchar.

Sergio Farras, escritor tremendista.